Nuestro viaje a Roma y Pompeya

Cuando uno lleva tanto tiempo soñando con ir a Roma, corre el riesgo de que la realidad no esté a la altura de lo soñado con tanto anhelo. Pero este viaje ha superado con creces todas las expectativas y, así, desde aquel remoto día –estabais en 4º de la ESO- en que a alguien se le ocurrió aquel “Lola, podíamos ir a Roma” al que, sin duda, baja en defensas, respondí inmediatamente “vale, podéis empezar a ahorrar”, hasta el 11 de marzo –ya en 2º de Bachillerato-, día en que cogimos el avión hacia Roma, han pasado dos largos años.

Ya no somos los que éramos: el viaje nos ha hecho mejores y las mil batallas libradas sin duda nos han fortalecido. En estos intensísimos cinco días Roma se nos ha mostrado de azul, un color que hace que la piedra antigua resalte más. Es de agradecer que sólo lloviera cuando cogimos el autobús que nos llevaba de vuelta al aeropuerto de Ciampino (alguien dijo que Roma lloraba porque no quería que nos fuéramos). Curiosamente nuestro regreso fue en los idus de marzo –el 15 de marzo del 44 a.C., Julio César fue asesinado-. Todo nuestro viaje ha estado rodeado de curiosidades de este tipo.

Quizás una de las mejores ideas en la preparación de este viaje haya sido que cada alumno se haya hecho responsable de una zona arqueológica o de varios monumentos: desde Navidades han tenido que ir preparando su tarea que ha sido corregida con anterioridad al viaje. ¡He disfrutado tanto viéndolos explicar in situ el monumento que le había tocado en suerte! De este modo hemos explicado con todo lujo de detalles el Coliseo, los Arcos de Constantino, Tito y Septimio Severo, el Foro, el Palatino, el Foro de Trajano con especial atención a la Columna de Trajano, el Foro de Augusto, el Foro de Julio César, el Teatro de Marcelo, el Templo de Hércules, la Boca de la Verdad, el Trastevere, la Isla Tiberina y el Puente de Fabricio, el Castelo de Sant´Angelo, el Ara Pacis, la Piazza del Populo, di Spagna, Navona, la Fontana de Trevi, Montecitorio, el Panteón, la Basílica Santa María Maggiore, las iglesias del Gesù, del Ara Coeli, de Santa María in Trastevere, de San Pietro in Vincoli –en donde vimos el Moisés-, los Museos Capitolinos y la Piazza del Campidoglio; San Pedro y los Museos Vaticanos –con especial atención a la escultura romana y a las pinturas de Rafael y Miguel Ángel-: estuvimos todo un día y tuvimos la suerte de entrar por la puerta jubilar, que sólo se abre cada 25 años. También pudimos ver una misa en directo ofrecida por el Papa Francisco en la maravillosa plaza de Bernini.

El domingo 13 fuimos a Pompeya –siempre sorprendente- y visitamos también el interesantísimo Museo Arqueológico de Nápoles en donde pudimos disfrutar de las maravillosas pinturas de Pompeya y Herculano, de los impresionantes mosaicos, así como de los descubrimientos de la Villa de los Papiros y de la interesantísima colección Farnese que allí se exhibe.

Por la noche, entre las 22.00 y las 23.00, extenuados –hemos hecho una media de 20 kilómetros a pie por día haciendo real la expresión latina “magnis itineribus”-, nos sentábamos tranquilamente a cenar –excelentes pizzas y deliciosa pasta de todo tipo-, y, tras dejar aviso en casa de que todo iba genial, nos poníamos a hablar sobre las sensaciones experimentadas a lo largo del día. Recuerdo, emocionada, estas conversaciones, siempre instructivas y aleccionadoras, realmente interesantes… Me quedo con estas conversaciones íntimas, con las caras de asombro de mis alumnos ante tanta grandeza -no todo el mundo tiene esa capacidad-, con su sensibilidad para captar la belleza del trabajo de Miguel Ángel, con la tranquilidad que da la pertenencia a un grupo, con su generosidad, con el esfuerzo individual imprescindible para que el grupo funcione, con el espíritu de sacrificio, con sus risas en medio del agotamiento, con la sensación de que perteneces a un grupo en el que te sientes a salvo… ¡Jamás olvidaré este viaje!

Lola González Molina



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